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LOS NIÑOS SIN VIOLENCIA

  • Foto del escritor: YURI
    YURI
  • 4 sept 2020
  • 2 Min. de lectura

Nicolás Rodríguez Esquivel

Vivimos tiempos extraños, en donde la división social no solo se mide en riquezas o conocimiento, sino también en los niveles de violencia que puede sufrir uno en su día a día, ya sea de manera directa o indirecta.

Vivimos un período de presunta estabilidad y de paz; la guerra es algo del pasado… bueno, al menos a gran escala; porque conflictos menores si existen; pero son lejanos y olvidados, al menos para la burguesía. Así, los bombardeos en Oriente Medio, las guerrillas en Camboya, las persecuciones en África o las ejecuciones en Latinoamérica permanecen en segundo plano, no solo para las élites, sino también para cualquier persona con los suficientes recursos como para llamarse clase media; y no únicamente en Europa y E.U.A., sino también en los mismos países donde suceden esas calamidades.

En LATAM (América Latina), por ejemplo, las clases más bajas sufren constantemente las consecuencias de la corrupción y en el narcotráfico: corrupción, reclutamiento forzoso, miseria, maltrato familiar y adicciones; en fin, una decadencia constante. Sin embargo, muchas personas, en su mayoría jóvenes de clase media-alta, que viven en una burbuja social, distante a cualquier conflicto bélico o criminal, ensalzan y dignifican a señores de la mafia como Pablo Escobar o el “Chapo” Guzmán, así como a dictadores y sicarios a sueldo, que asesinaban a cualquier sospechoso de tener una ideología distinta; figuras como Pinochet, Videla, Castro, Stalin o el propio Hitler. Peor aún: creen que la guerra es heroica, emocionante y que vale la pena participar en ella; esto en un principio no es un problema; sin embargo, uno debe empezar a temer cuando esos mismos jóvenes aplauden las declaraciones o amenazas de guerra entre países rivales, como si fuera algo que festejar.

Se nota que somos una generación que no tuvo que subirse a los trenes durante las guerras mundiales; que no debemos tener miedo de cumplir la mayoría de edad para no ir a Vietnam, Corea, Somalia, Irak o cualquier otra guerra del siglo pasado y las centurias que precedieron al mismo.

Somos esos niños sin violencia que, sin embargo, estamos deseando la guerra, como si de un juguete de Navidad se tratara.

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