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PALABRAS A QUEMARROPA

  • Foto del escritor: YURI
    YURI
  • 4 sept 2020
  • 3 Min. de lectura

Lourdes Díaz Lora

¿Cuántos nudos que no logro desatar se me hicieron por una palabra o frase mal dirigida o mal intencionada?, ¿Cuántos nudos le inventé a otros por no saber medir mis palabras, por mi ego engrandecido o por estar molesta?

Hace unas semanas leía un tweet de una ex compañera de la escuela que hablaba de la regla de los 10 segundos, la cual consiste en no juzgar o mencionar nada a otra persona que no pueda arreglar en los próximos instantes, como su peso, su cuerpo, algún problema emocional…¡Vaya joya, estaría bueno que esta fuera la primera regla de convivencia en cualquier espacio o institución!

Yo también he sido verdugo y cómplice del sufrimiento ajeno, he tomado el papel de juez sin que nadie me lo haya pedido y me he sentido con la autoridad de calificar procesos ajenos. Hace unos años, cuando iba en la secundaria había una página que se llamaba “La Jaula” en donde los alumnos de distintas escuelas publicaban chismes, hacían críticas y votaciones colectivas sobre otros en el anonimato. Era muy fácil aventar la piedra y esconder la mano. Yo era la gorda, pero también tenía amigos que eran los “putos”, las “tontas”, las “zorras”, los “raros”, los “nerds”, los “feos”… En ese momento por su puesto que no nos pasaba por la cabeza todos los daños colaterales que íbamos a dejar en nosotros mismos por pensar que era divertido burlarnos o exponernos. Ojalá nunca hubiera escuchado todas aquellas voces que me dejaron cicatrices, que me hicieron sentir que mi cuerpo no estaba bien, mis intereses, mis decisiones, mi construcción, el uso de mi sexualidad, o mi identidad…

Quiero dejar de ver en el espejo a la niña acomplejada por todos los comentarios que no pidió sobre su cuerpo y sus decisiones. Me modifico y me abrazo todos los días para ser una mejor persona conmigo y con los demás pero tengo que decir que falseo seguido, es fácil dejar de ver el camino construido cuando se ensucia con palabras o situaciones que no sabemos cómo limpiar.

Pasan 8 años que salí de la preparatoria, volteo a ver a mis ex compañeros y compañeras, muchos abrazaron fuerte el contexto y tomaron acción… Pienso que a nosotros, los “millennials” nos tocó chocar con pared para modificarnos. Fuimos criados por otra generación mucho más conservadora, tuvimos que reinventar nuestras creencias porque el repetir lo que se nos decía en casa ya no funcionaba con el mundo. Somos víctimas de nosotros mismos, nos tocó cansarnos de la violencia verbal y física de la que éramos víctimas y victimarios para luchar y salir a las calles con un puño en la mano por la sororidad, la libertad de expresión, la equidad, la igualdad de oportunidades, la diversidad, la comunidad LGBTI. Nos dimos cuenta de que nuestras trincheras estaban también en las redes compartiendo información, porque las palabras no solo documentan, también sensibilizan, porque podemos salir al mundo a gritar que estamos cansados, pero también podemos alzar la voz con nuestros iguales y poner altos. Me siento muy orgullosa de ver a mis iguales siendo activistas, abriendo espacios para la apertura, el diálogo y la divulgación de información.

Las palabras atraviesan, alimentan, construyen o rompen. Son espejos, muchas veces distorsionados, puentes y a veces también armas a quemarropa. La violencia es ignorancia de nosotros mismos. Todos los mares que salen de nuestras bocas vienen de nuestros propios ríos. Hay voces que no nacen porque otros las silencian. Ojalá nos enseñaran que los sonidos que pronunciamos no son efímeros que si somos amorosos con lo que decimos florecemos y ayudamos a que otros florezcan.

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