David Eduardo Vilchis Carrillo
El populismo no es un fenómeno aislado en la política internacional. El populista contemporáneo es nacionalista y proteccionista, ostenta una ideología que presenta al “pueblo” como una fuerza moral “buena” a la que se antepone una élite corrupta, “pueblo” que debe ser guiado y protegido de los entes malignos que tanto daño le han causado, lo que naturalmente divide a la sociedad en términos absolutos de amigos y enemigos, sin posibilidad de término medio. (Blancarte y Barranco, 2020: 15-16) Además de ello, los líderes populistas contemporáneos se caracterizan por incluir en sus discursos y actos elementos religiosos. Pero ¿por qué lo hacen?
Por un lado, La concentración de poder y la convicción de ser el guía y protector del pueblo bueno inclinan al líder político al mesianismo político. Por otro lado, los elementos religiosos (re) legitiman su criticada y desgastada gestión gubernamental. No obstante, es común observar que el populista no es congruente en su discurso religioso; incluso, se vuelve prácticamente imposible de rastrear su verdadera filiación. Ello lleva a pensar que, más allá de un mero uso de lo religioso como activo político, el populista puede ser genuinamente religioso, pero a la manera posmoderna: desregulada institucionalmente y formada a modo de “collages y bricolajes.”
De cualquier forma, con sus dichos y hechos, el populista puede abrir las puertas del Estado a las voces religiosas, las cuales nunca dejan de pretender (re) instaurar sus cosmovisiones del mundo. Además, suele ignorar la diversidad de las tradiciones religiosas y su interlocución puede privilegiar a una o un pequeño grupo de comunidades religiosas que no son representativas de la totalidad de los creyentes. En ambos casos se ponen en peligro las libertades de las minorías que protege el Estado laico.
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