Edgar Becerra Osorio
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Al tratar sobre el estado de las ciencias naturales durante el siglo XIX, la visión que generalmente había predominado en los trabajos era la de que la ciencia mexicana estaba sumamente retrasada con respecto a la ciencia europea, sobre todo aquella que se desarrolló en los países de la Europa Occidental tales como Inglaterra, Francia y Alemania[1]. La tesis principal sostenida por este tipo de trabajos es la de que debido al retraso en el que el país se encontraba para principios del siglo XIX, debido en parte al proceso independentista que se vivió, la ciencia y especialmente las ciencias naturales, se encontraban en un estado de “desarrollo” muy por debajo del de los grandes “centros productores de ciencia”[2]. En estudios recientes y en investigaciones que han ido en otras direcciones se ha demostrado que este tipo de ideas son bastante sesgadas, pues la realidad de la ciencia mexicana durante ese periodo era un tanto distinta a aquella que ha afirmado que la ciencia mexicana era una especie de receptáculo de las ideas provenientes del continente europeo[3]. Entre otros aspectos, debe destacarse el hecho de que las ciencias naturales fueron un área de estudio muy desarrollada en el país, y sobre todo el hecho de que la botánica y la zoología gozaban ya de una tradición bastante añeja, pues éstas habían sido cultivadas desde la época prehispánica. Así pues se podría hablar de que, tanto la botánica como la zoología tienen sus “…raíces en la época prehispánica y se remonta[n] a lo largo de la colonia…, [además de que ambas son parte de]… un proceso sostenido y contínuo que se extiende a todas las áreas del saber y que en su devenir ha asegurado la producción y reproducción de individuos interesados en la ciencia y la cultura”[4]. Además de que había sido una tradición largamente cultivada en el país desde épocas ancestrales, las ciencias naturales fueron muy estudiadas durante el periodo colonial, creándose espacios para que éstas pudiesen ser estudiadas con mayor atención. Es de destacar durante el periodo colonial la creación del Real Jardín Botánico hacia el año 1788, pues sería en ésta institución donde la botánica sería desarrollada en forma más profesional. Se crearon los espacios adecuados para darle un impulso mayor al desarrollo de ésta disciplina, pues además de servir como herbario, se crearon diversas cátedras para preparar a futuros estudiosos de la naturaleza. Si bien todavía no se podía hablar de una institucionalización de la ciencia mexicana, sí se podría afirmar que se dan los primeros pasos para que esto pudiese ocurrir, pues para ese momento ya estaba establecida la comunidad científica mexicana y con la creación de esta institución se estaban dando los primeros pasos para institucionalizar dicha disciplina.
Ésta institución fue fundada por órdenes del entonces monarca español Carlos III, quien delegó en la figura de Martín de Sessé, la tarea de realizar una expedición científica a las colonias americanas, además de la fundación del Jardín en la colonia más importante para el reino español: la Nueva España. El Real Jardín sería una institución sumamente importante para el desarrollo de las Ciencias Naturales y para almacenar una gran cantidad de especímenes botánicos, además de la impartición de cursos, como por ejemplo el de Botánica impartido por el botánico español Vicente Cervantes desde el año 1788 y hasta el año 1829, año en que falleció. En esta institución se prepararon importantes naturalistas de esa época, entre los que se encontraba José Mariano Mociño Suárez Lozada, quien tomó el curso de botánica y que finalmente se uniría a la expedición de Sessé hacia el año 1790. Pero además, fue en el Real Jardín donde se enseñaban los supuestos teóricos y leyes más “modernos” para ese tiempo, como la utilización en los cursos del sistema de clasificación linneano, además de la química de Lavoisier, con lo que se podría hablar de la actualidad de conocimientos. La rápida aceptación del sistema de clasificación de Linneo y de la química de Lavoisier se debió más que a una imposición de tipo colonial o a un retraso en el estado de las ciencias mexicanas al hecho de que en suelo novohispano existía una larga tradición naturalista, además de que permeaba dentro de los círculos científicos un ambiente ilustrado, lo que no quiere decir tampoco que no se dieran discusiones acerca de la pertinencia de ellos. Por ejemplo, se suscitaron varias controversias en lo que a la introducción del sistema linneano se refiere entre el español Vicente Cervantes y el científico novohispano José Antonio Alzate, quien se opuso a la utilización de dicho sistema por parecerle inapropiado, por lo que “… en un principio hubo un choque no sólo entre las teorías que ya estaban presentes y las que llegaban sino también entre dos formas distintas de hacer ciencia producto de ambientes, tradiciones e instituciones diferentes”[5]. Por tanto, a pesar de que las nuevas teorías fueron aceptadas por la comunidad científica novohispana, su aceptación “… no estuvo exent[a] de tensiones, polémicas e incluso enfrentamientos”[6]. Ahora bien, la oposición de la introducción del sistema linneano por parte de Alzate no se debió a que éste desconociera este sistema, pues ya se ha mostrado en varios trabajos que sí los conocía, sino al hecho de que dicho sistema no tomaba en cuenta “… las virtudes utilitarias de las plantas ya que está basado sólo en las características morfológicas de las estructuras sexuales…”[7] además de que para este sabio novohispano Linneo no tomó en cuenta las aportaciones de la botánica prehispánica.
Otra institución que sería importante para el desarrollo de las ciencias naturales sería el Real Seminario de Minería creado hacia el año 1792 por el monarca español con el propósito fundamental de buscar formas de obtener más recursos.
En esta institución se prepararían un gran número de sabios dedicados al estudio de las ciencias naturales, pues aún cuando se creó para fomentar el estudio por la minería, se impartieron cursos en esta institución relacionados con el estudio de la Historia Natural, tales como los cursos de mineralogía o de química. Además, a principios del siglo XIX esta institución era la que sin lugar a dudas llevaba el mando en cuanto a cuestiones de educación se refería. Surgida hacia el año 1792, jugó un papel fundamental en el desarrollo de la actividad científica mexicana, pues se dedicó al desarrollo de las denominadas ciencias de la tierra.
Debe mencionarse que la creación de estas dos grandes instituciones se debió en buena medida al control que querían establecer los monarcas españoles, pues debido a las denominadas reformas borbónicas, los monarcas de la metrópoli buscaban obtener mayores recursos y controlar de manera más directa las actividades económicas de las colonias. No debe olvidarse que para fines del siglo XVIII España no figuraba más como una de las grandes potencias mundiales, debido a que ese lugar era ocupado para ese momento por Inglaterra, Francia y Holanda, países que incluso habían comenzado la colonización de diversas regiones del continente americano y que amenazaban constantemente con la invasión misma al reino español. Por esa razón el monarca hubo de recurrir a la ciencia como medio para lograr el resurgimiento del imperio español y dejar así de depender de tratados y acuerdos desventajosos para la corona española pero muy ventajoso para las potencias europeas[8]. Gracias a esto se crearon estas instituciones, además de que se envió a un gran número de científicos a las colonias ultramarinas para hacer un inventario lo más completo posible de las riquezas naturales que la corona pudiese explotar.
Ya durante el siglo XIX, la ciencia mexicana sufrió algunas transformaciones, debido en buena medida al proceso independentista por el que el país atravesó. Esto tuvo sus consecuencias, pues si bien la actividad científica no desapareció durante el periodo de la Independencia, lo cierto es que disminuyó, seguramente debido a que el país atravesaba por una guerra interna que tardaría poco más de diez años en terminar. Con el término de la guerra de Independencia se inició una nueva etapa en la vida del país, etapa que estuvo caracterizada por un conflicto constante entre facciones con ideas e ideologías distintas. Por un lado se encontraban aquellos que querían instaurar un nuevo sistema de gobierno, basado en las ideas democráticas y en impulsar la educación sin depender tanto de la religión para ello. Por el otro lado estaban aquellos que buscaban que las cosas no cambiasen tanto, que querían conservar los privilegios de que gozaban antes de la Independencia –sólo cambiaría de manos el poder, de españoles peninsulares a españoles criollos, conservando a la iglesia como máxima instancia para la educación. Este conflicto entre los grupos de poder tuvo como consecuencia que la ciencia mexicana se desarrollase a un ritmo un poco más lento, lo que no quiere decir que no haya habido un desarrollo importante en esta materia, sino que, en varios casos, los científicos mexicanos debían descuidar un poco su actividad en pro de participar en la política mexicana.
Respecto a la ciencia europea, ésta se encontraba en un estado de desarrollo muy similar al que se tenía en la ciencia mexicana. Por ejemplo, Charles Darwin, a quien algunos historiadores de la ciencia mexicanos y extranjeros han visto como el “gran biólogo que propuso la teoría evolutiva más acertada” no fue sino un naturalista al igual que tantos de nuestros científicos mexicanos[9]. Tal vez la diferencia entre éste personaje y los mexicanos sea el hecho de que el primero recibió importantes recursos para efectuar sus investigaciones –que dicho sea de paso tenían fines imperialistas, es decir, que buscaban obtener beneficios económicos- fuera de su país de origen, porque para esa época en Inglaterra ya había sido estudiado todo lo que tuviese que ver con la naturaleza que les rodeaba. En el caso de los científicos mexicanos, debido a la gran diversidad natural del país, se necesitaba conocerla a fondo para saber con qué recursos se podía contar y cuáles productos podían ser utilizables. Este hecho puede constatarse claramente en los artículos de la revista La Naturaleza, pues la gran mayoría de ellos tenían como fin dar a conocer la riqueza de la naturaleza mexicana y la necesidad de seguir estudiándola para poder tener un inventario completo de ella y así utilizarla para bien de la sociedad. Podría decirse, que a grandes rasgos, el estado de las ciencias naturales en México durante el siglo XIX podía ser en algunos casos muy similar al del estado de las mismas ciencias en aquellas naciones a las que generalmente se las ha considerado como los supuestos grandes centros productores de la ciencia. Ejemplo de esto es el hecho de que trabajos como el de Peter Bowler titulado Historia fontana de las ciencias ambientales o el de Stephen Mason que lleva por título Historia de las ciencias[10], han demostrado que las naciones consideradas como grandes centros de la producción científica en realidad se encontraban a un nivel similar al de las demás naciones del orbe; más aún, estos autores han demostrado en sus estudios que aquellos científicos que han sido considerados por la historia de bronce como científicos “adelantados a su época” tales como Darwin, no fueron sino naturalistas que compartían ideas y metodologías con sus homólogos establecidos en otras partes de la República de las Letras.
La realidad de la ciencia mexicana en el siglo XIX fue que estaba totalmente insertada en la ciencia mundial; aun cuando se podía asumir que la ciencia mexicana estaba “retrasada” con respecto a la ciencia mundial, la realidad es que estaba actualizada con respecto a las teorías científicas de la época. Debe entenderse y comprenderse que los científicos mexicanos se basaron más en las teorías francesas y alemanas que en las inglesas, producto de los visitantes de esos países que llegaron al país durante los siglos XVIII y XIX a México. Podemos vislumbrar que los científicos mexicanos estaban a la vanguardia respecto a los conocimientos de su época. El problema es que los estudios actuales tratan de encerrar a los científicos nacionales respecto a la ciencia actual. Debemos revalorizar los aportes realizados por la ciencia mexicana a la ciencia nacional. Pero eso será tema de un artículo posterior.
[1] Esa es la visión de Hugo Aréchiga y Carlos Beyer, quienes en su libro Las ciencias Naturales en México, nos ofrecen la visión de que la estas ciencias estaban muy retrasadas con respecto al estado en que las mismas se encontraban en Europa, al que consideran como centro científico [2] Basalla, George. “The Spread of western sicence revisited.” en La Fuente A, A Elena y M.L Ortega (coord) Mundialización de la ciencia y cultura nacional. Este autor maneja la tesis de que existen centros científicos y periferias de la ciencia, lo cual quiere decir que así como países como Inglaterra o Francia serían grandes centros científicos donde se produce la mayoría de las grandes teorías científicas, existen también las zonas periféricas que funcionan primordialmente como “receptoras” de la gran sabiduría de las “naciones más avanzadas”. [3] Entre otros trabajos que sostienen una opinión diferente del estado de las ciencias mexicanas se encuentran, entre otras, la tesis de maestría de la Dra. Patricia Aceves titulada La difusión de la química moderna en el Real Jardín Botánico de la Ciudad de México, donde afirma ésta autora que la introducción de la química de Lavoisier en la enseñanza en la Nueva España ocurrió casi paralelamente a cuando fue publicada su obra en Francia, país donde este científico escribió su tratado elemental de química, obra que tan sólo un par de años después ya estab siendo utilizada en la Nueva España. [4] Aceves Pastrana, Patricia. La difusión de la química moderna en el Real Jardín Botánico de la Ciudad de México. México: Tesis para optar por el grado de maestro en Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, p. 2. [5] Aceves Pastrana, Patricia. Op. Cit. p. 125. [6] Ibidem [7] Zamudio, Graciela y Arturo Argueta. “La clasificación botánica: sus polémicas históricas” en Memorias del primer congreso mexicano de Historia de la Ciencia y la Tecnología. México: Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y la Tecnología A.C., 1989, p. 269. [8] Sellés, Carlos. Carlos III y la Ilustración. [9] Ejemplo de esto son los trabajos de Rosaura Ruiz como por ejemplo su obra Positivismo y evolución: Introducción del Darwinismo en México, donde se centra en el estudio del Darwinismo, buscando explicar el estado de la ciencia mexicana durante el siglo XIX con el atraso de la introducción de dicha teoría en el país. Respecto a los extranjeros, entre otros que defienden esta idea de lo avanzado de Darwin y que le sitúan como biólogo se encuentra, entre otros, la obra de Jean Rostand titulada Introducción a la Historia de la Biología. [10] Bowler Peter. Historia fontana de las ciencias ambientales. Trad. Roberto Elier. México: Fondo de Cultura Económica, 2000, 467 p. (Sección de obras de ciencia y tecnología, s/n). Mason, Stephen. Historia de las ciencias. 4. La ciencia del siglo XIX. T. 4. Trad. Carlos Solís Santos. México: Alianza-Secretaría de Educación Pública, 1988, 188 p. (Sección y técnica, s/n).
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