Nicolás Rodríguez Esquivel
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La sociedad occidental hoy en día domina y se sobrepone por encima de las demás, apreciada y presumida por quienes viven en ella bajo ideales de desarrollo, intelecto y libertad; pero en nuestro aparente progreso encontramos matices grises y oscuros, con absurdas reglas pseudo morales defendidas por un conservadurismo autoritario y las cuales impiden un avance simbólico en materias de equidad, tolerancia y, me atrevería decir inclusive, derechos humanos.
Uno de estos temas es la homosexualidad, la cual es continuamente tildada como una aberración y como algo enfermizo; grande personajes actuales califican las orientaciones sexuales diversas y contrarias a las suyas, esgrimiendo a diestra y siniestra argumentos que tienen todo menos coherencia.
Pero es que son estos hombres y mujeres, quienes creen firmemente que son defensores de los valores occidentales, quienes olvidan que la sociedad que tanto “defienden” fue fundada por personajes y otras sociedades que practicaban la homosexualidad como algo natural e inclusive necesario; el principal ejemplo es la Grecia antigua y sus culturas, desde los héroes legendarios de los mitos como Aquiles y su amante Patroclo, hasta grandes pensadores y fundadores de ideas meramente occidentales como Aristóteles o Platón. Otro gran y último ejemplo es Alejandro Magno, quien fue el responsable de dispersar la cultura griega y es quien da inicio al periodo “helénico”, la edad dorada de los grecos; pues bien, este joven rey de Macedonia también tenía un fiel amante, llamado Hefestión, quien lo defendió de muchos peligros y siguió hasta los confines del mundo conocido en ese entonces.
Muchos se hacen de oídos sordos o son simples ignorantes, pero negar que nuestra sociedad occidental fue creada e impulsada por personajes homosexuales es negar un pasado, un legado y hasta la identidad misma.
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