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LA LEY DEL MÁS APTO

Foto del escritor: YURIYURI

Nicolás Rodríguez Esquivel

Hasta hace poco, el mundo entero, incluida la sociedad humana, aún se regía por las normas darwinianas de la selección natural, donde solo aquellos que tenían altas habilidades adaptativas, tanto físicas como psicológicas, eran los que sobrevivían o prosperaban. Sin embargo, las leyes de la naturaleza dejaron de surtir cierto efecto en la especie humana, pues la innovación en los campos de la medicina y la tecnología iban ayudando a sobrellevar penurias y saltear las barreras, avanzando hacia el progreso. Pero el verdadero punto de inflexión -al menos ideológico- fue cuando en 1948 se firma la Declaración Universal de los Derechos Humanos y muestra al ser humano como un individuo libre, pensante y protegido, independientemente (en retorica) de su color de piel, sexo, nacionalidad, estatus social, ingresos económicos o estado de salud; así, millones de personas que, en condiciones más adversas, desorganizadas y “naturales”, como discapacitados mentales y físicos, obreros, campesinos, mujeres, hubieran perecido o estarían completamente atados a la voluntad de alguien al que se le consideraría superior, tenían voz y voto, así como el derecho a exigir respeto, atención y servicios públicos (entre ellos, el médico)… Y fue algo bueno, pues por fin se rompía una gran brecha ideológica que existía desde que los primeros Estados del mundo habían surgido hacía ya al menos 6,000 años y avanzábamos hacia un futuro más justo y prometedor.

Desde entonces, las naciones y los políticos se vieron forzados (nuevamente, en teoría) a servir al pueblo, brindándoles todo lo que llegaran a necesitar o pedir (siempre y cuando cumpliera dentro de los parámetros de los Derechos Humanos).

Años han pasado desde esa declaración y desde entonces la población humana a crecido a un ritmo exponencial; uno diría que hemos vencido a las teorías de Darwin y ya somos inmunes a ellas; a menos que... a menos que seamos nosotros mismos los que revirtamos esa inmunidad y quedemos desprotegidos ante la naturaleza; y así está pasando.

En una sociedad donde, si bien aún le falta un largo camino por delante, el acceso a la seguridad, salud y, sobre todo, información es más amplio que nunca en la historia de la humanidad, muchos deciden cerrar los ojos y caer en la ya denominada “conspiraonía”; y una vez que el individuo está en ese hoyo de ignorancia y temor, ningún derecho humano es capaz de protegerlo ya de las leyes de la biología.

Que todos esos arrogantes tiren los dados en la carrera de la selección natural y que gane el mejor... o, mejor dicho, el más apto.

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