Diego González Villalobos
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¿Cuántas veces hemos escuchado, aprendido y analizado la historia de las culturas antiguas del mundo? Por lo menos, alguna vez a lo largo de nuestra vida hemos sentido algún interés en la cultura egipcia, tal vez disfrazándonos de momias o faraones, o tal vez en la romana jugando a ser soldados o hemos escuchado de los vikingos y sus grandes hazañas; pero ¿alguna vez te has interesado en conocer más a fondo nuestra cultura madre? Durante los periodos educativos y de enseñanza al niño, joven o adulto, se les enseña la manera de pensar de los griegos, exponiendo a los grandes pensadores y filósofos de los que todos conocemos sus nombres, las doctrinas europeas renacentistas y de la ilustración, y por supuesto las nuevas ideologías contemporáneas, donde el capitalismo y el socialismo abundan como los grandes pensamientos a entender. Nos enseñan la manera de creer del católico, del musulmán o del judío; pero siempre dejando abandonado el gran pensamiento que nuestro país alguna vez tuvo, las creencias y filosofías de aquellas civilizaciones que caminaron por donde hoy en día cada uno de nosotros vive. Es cierto, todos tuvimos ese acercamiento con las culturas prehispánicas en primaria, en secundaria, etc., pero ¿qué aprendimos? Quizá sabremos como vestían, donde vivían, sus dioses o como fueron conquistados y reprimidos, sin embargo, nunca aprendimos su esencia, su estilo de vida existencial, el porqué según ellos el ser humano estaba en el mundo y que los hacía la sociedad y la cultura que eran… A lo mejor, si eso se nos hubiera enseñado, no solo comprenderíamos mejor sus costumbres, sino que también las valoraríamos y disminuiría a grandes cantidades la discriminación que hoy existe escondida en nuestra cultura hacia todo lo relativo con el mundo indígena.
Ahora bien, el pensamiento náhuatl es un estilo de vida y una creencia totalmente distinta al que tenemos hoy en día, al igual que diferente al de otras culturas antiguas, y no solo por el hecho de una urbanización o de los avances tecnológicos y el establecimiento de sistemas socio-políticos, sino referente a su esencia única, por la manera de apreciar lo que los rodeaba, por admirar su entorno natural y espiritual y por valorar y cuestionar su existencia. Popularmente conocemos a los distintos dioses que ellos adoraban, sus símbolos y mitos, sin embargo muchas veces se ignora la gran creencia que ellos tenían sobre la existencia del todo. Dentro del pensamiento náhuatl nos encontramos con la manera en que ellos creían en la realidad y en la creación, de aquel ser o dios supremo que existía y estaba en todas las cosas, y no estamos hablando de Tláloc o Huitzilopochtli. Estas culturas vivían y creían dentro de una ideología panteísta, en donde no hay diferencia entre la ley natural, la existencia, el universo, ni dios. Su panteísmo refería a que este ser supremo era uno mismo con la realidad y por lo tanto siempre estaba presente. Pero entonces, si los dioses a los que nos enseñaron que ellos adoraban no son este ser supremo, ¿quién lo es? A diferencia de los demás dioses, en donde cada uno de ellos era un dios con forma, un dios de algo en especifico, estas civilizaciones creían en lo que le llamaban el “Tloque Nahuaque”. Esta entidad suprema era como ya se menciono, uno mismo con la realidad, el responsable de la creación y de igual forma de la existencia del ser. El tloque nahuaque no tenía un físico, era omnipotente, no había diferencia entre su ser y lo real, por lo que estaba presente en todas las cosas. Todo era el y el era todo.
Así mismo, se creía en la dualidad natural, donde en este caso este pensamiento empata con algunos otros del mundo oriental. La dualidad refería a ese balance natural, al choque de contrarios, y a ese contraste que era necesario; este contraste era el punto de origen de las cosas, donde a partir del choque de las dos fuerzas opuesta, surge el todo, de ahí el entendimiento de ver a esta dualidad como una necesidad básica para una existencia y un equilibrio. La dualidad creaba balance, y al no existir el choque, se creía que todo moría, es decir, al no existir contraste todo muere, y al existir, todo se existe. De aquí mismo viene el ideal educativo de estas civilizaciones, en donde la educación es igual a experiencia, ¿cómo se aprende?, mediante la experiencia, el día al día y las vivencias que uno adquiere con ella. Es así, que estas sociedad basaba su educación en el sufrimiento. El pensamiento náhuatl entiende al autocontrol como ese punto de equilibrio interno, el obtener un autocontrol era equivalente a tener una dualidad natural individual; el autocontrol era valorado y buscado, pero como toda cosa que uno valora, no es fácil conseguirla, y es la premisa que esta ideología toma para la enseñanza y crianza de las generaciones menores, en donde el autocontrol y el autoconocimiento se adquieren a través del sufrimiento, siendo este el dolor, el trabajo duro, el cansancio y agotamiento. Si uno vive su vida dentro de una zona de confort nunca comprenderás y experimentaras una dualidad, ya que nunca sufrirás y el equilibrio se inclinara más al lado de la satisfacción y el contraste no existirá, lo cual representa según lo anterior dicho, muerte. Es por eso que los “Tlamatinemes” instruían para que la población conociera el sufrir y llegara a valorar la vida, y por lo tanto establecer dentro de ellos una dualidad. Dentro de esta misma ideología, la dualidad no solo se veía representada con el sufrir y la satisfacción; los pueblos indígenas buscaban los contrastes de la vida y la naturaleza, teniendo el ejemplo del jaguar y el águila, animales que para ellos eran los mayores contrastes naturales.
A pesar de todo lo anterior dicho, existía una dualidad individual mayor a la de todas, una mayor al autocontrol y una más importante dentro del ser, la cual permitía una introspección dentro de nuestra esencia y nuestra alma. La dualidad del “Ixtli” y el “Yolotl”. En el pensamiento griego uno cuenta con el “ethos” y en el pensamiento náhuatl se tiene a esta dualidad que conformara tu persona. El Ixtli, es el rostro, la esencia del yo actual, de la parte moral del ser, es la expresión de lo que uno es como persona, y que representa la naturaleza del yo original. El rostro es en pocas palabras, “lo que yo soy”, y es un valor permanente, no se va, ni huye; el rostro se queda con el individuo, va con el, crece con el, cambia y se transforma con el ser. Por el otro lado, se encuentra el Yolotl, que en nuestro idioma se representa como el corazón. El corazón, es esta otra parte de la dualidad, es el contraste del rostro, su opuesto; el yolotl como contrario al ixtli, no es permanente, este varia, y da grandes saltos de personalidad y de búsqueda, ya que el corazón es “lo que yo quiero”, ya no depende de lo que yo soy, es una voluntad del deseo, la expresión del sueño y la puerta a lo que viene, que según este pensamiento después del corazón llega el vacío, la nada, en donde ya uno no se representa dentro del ixtli ni del yolotl. Comprender así el choque de estas dos personalidades y entidades dentro de uno mismo, es el entender la dualidad como ellos, visualizar sus ideologías y creencias y mayormente el entendimiento de su presencia y su actuar.
Una vez explicados los significados de la dualidad dentro del pensamiento náhuatl, se mencionaron ya anteriormente a los tlamatinimes, ¿quiénes eran o qué hacían? Para entender la personalidad del tlamatinimes, se podría decir y plantear un símil con los filósofos griegos o con los sabios de los grandes pueblos, sin embargo, el papel que desempeñaban estos personajes era mayor al de todos ellos. Los tlamatinimes eran pensadores, guías, filósofos, sabios, poetas, y de esta última la conexión entre la vida y lo que es real. Como se menciono antes, guiaban al pueblo en su búsqueda de autocontrol y autoconocimiento, en su viaje en el sufrimiento y en su búsqueda de ellos mismos. Los tlamatinimes tenían la meta que a través de estas búsquedas y descubrimientos pudieran llegar a obtener su mayor objetivo, el cual era hacer que la gente tenga rostro (ixtli) y corazón (yolotl). De esta misma manera, eran filósofos y sabios, comprendiendo y analizando las mayores dudas que el ser pudiera tener, el porqué de su existencia, la realidad, la ilusión y la realidad, y más importante, la vida y la muerte. Ante sus cuestionamientos, y su entendimientos con ellos, es como los tlamatinimes encontraron sus propias filosofías e ideas en las cuales basar su vivencia y su tiempo dentro de la vida. Así mismo eran poetas, puertas entre la vida y la muerte, caminos entre la ilusión y lo real. Ya que dentro de su pensamiento la vida era una ilusión, y lo único real en ella era la poesía, la famosa “Flor y Canto”…
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