Estefanía García Arcila
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Comenzaré este artículo hablando de algo muy conocido: somos seres bio, psico, sociales y espirituales. No solo debo atender a mi salud física o prestar atención a mi parte psicológica, el ser humano es un conjunto. Y si soy más específica, la salud mental, está influida por las emociones, mandatos sociales o del clan familiar y la espiritualidad.
Puedo ser capaz de generarme un fuerte dolor de cabeza después de una discusión, como una forma de bloquear la necesidad biológica de llorar, porque he conformado la creencia de que eso está mal, tomando una actitud de dignidad y orgullo cuando emerge el deseo de llorar. En el proceso terapéutico entendemos que esto lo introyectamos y nuestro cuerpo lo manifiesta a través de un síntoma.
Otro ejemplo, son los espacios de guerra, donde se ven serios daños a la salud mental y no se han gestionado estrategias para reparar tanto a nivel jurídico como de posibilitar a la persona que rememore su experiencia, por el contrario, se lo encasilla con etiquetas diagnósticas, un grave error, antes de intentar comprender es necesario aceptar que en situaciones anormales, los síntomas y reacciones emocionales son normales, hay que permitir un proceso de resignificación a eso que implicó una ruptura inesperada en la normalidad.
Por su parte, la espiritualidad nos lleva a conectar con la construcción de sentido, no debe confundirse con ser creyente de una religión; implica vivir acorde a mi propósito de vida, sentir que lo que hago en el aquí y el ahora tiene un sentido tanto para mí como los otros. Es tomar acción, somos seres de procesos: aceptar el cambio, la evolución, estar abierto al aprendizaje.
Vivimos en un piloto automático, los hábitos diarios determinan nuestras rutinas e incluso nos hacen ver la vida de una manera muy particular, nos aseguran el “control de todo”, la experiencia cotidiana se nos convierte en un causa y efecto, lo que se salga de allí, nos da miedo. Para recuperar el control debo cuestionar todas mis ideas, preguntarme ¿cómo he venido viendo y sintiendo la vida?, entendiendo que hoy soy algo y mañana puedo ser completamente distinto. Ser amoroso y compasivo conmigo mismo, saber aceptar ayuda en los momentos que lo requiero, aprender a pedir, aprender a dar, aprender a soltar, fluir en la experiencia, atender a las señales de mi cuerpo, hacer mi parte para que la sociedad sea un lugar mejor sin esperar nada a cambio y aplicar la ley del desapego: tomamos acción esperando la recompensa ¿qué tal si hoy la tomas solamente por el puro placer de reconocer que eres un ser movimiento?
En definitiva, la salud mental, abarca, como plantea Maslow en su pirámide de necesidades, desde tener todas mis necesidades físicas satisfechas hasta vivir experiencias de autorrealización, sintonizando con la maravilla de existir e inspirar a otros a que crean en sus potencialidades; actuar en coherencia con lo que siento-pienso, sintiéndome merecedor de lograr mis sueños.
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